viernes, 26 de agosto de 2011

PANDERO: NACIDO PARA SER POPULAR

Si hubiese que elegir un instrumento rey de lo profano durante la Edad Media, en especial en la Península Ibérica, sin duda habría que señalar el pandero como el más popular. Algo tan simple como un marco de madera con una o dos membranas de cuero fue el instrumento del vulgo, lejos de gustarles las misas y de acceder con facilidad a otros instrumentos más complejos como la guitarra morisca, el salterio o la zanfoña, lo simple de golpear un parche se impuso durante siglos.

Pero como siempre, el instrumento viene de más atrás y, sin irnos a sus antecesores prehistóricos utilizados en Asia Menor y Egipto, lo encontramos entre los asirios con el nombre de meze, en un famoso bajorrelieve del palacio de Kujundschih (de la época de Assurbanipal, 668-627 a.C.), que es el toff (tôph) de los hebreos (Éxodo, 15, 20; Libro de Samuel, I, 18, 7; Jueces, 11, 34), el pandoura de los griegos (nombre del que derivaría a través del latín pandurius al gallego-portugués pandeiro, al castellano pandero y, de éste, a los hispanismos bandáir de Marruecos y bandîr, bandâyir de Argelia). Aunque según Corominas (1954), en el romance primitivo habría cambiado la forma a pandorius (San Isidoro, 560-636) pasando a panduero para las zonas cristianas y derivado con la grafía pandáir en las islámicas, que se encuentra frecuentemente en fuentes mozárabes en el siglo XII.


Por otra vía, el meze se convertiría en el duff de los árabes, que conviviría en el castellano como adufe hasta el siglo XVII. Volviendo de nuevo a los griegos y los romanos, adoptaron también las formas tympanon y tympanum (naula), que fueron usados de forma genérica para todos los membranófonos y que quedó en el castellano como el tímpano, nombre que se le aplicaba indistintamente tanto al pandero como al tambor.


La primera vez que un texto castellano habla del pandero es en el Libro del buen amor (1212), del Arcipreste de Hita:
las triperas le acogen tañendo sus panderos,
caçadores de monte recorren los oteros.

Según el autor Josep Crivillé i Bargalló (1983), la forma del instrumento no fue ni es siempre redonda, cambio que pudo darse en la Edad Media y que con la denominación de pandero cuadrado, ha pervivido en Castilla y León, Extremadura y Galicia. Sin embargo, en Cataluña conservó el nombre alduf, proveniente del árabe. En aquel instrumento se colocaban cascabeles, campanillas o arxóuxelas (denominación gallega de unos cascabeles de tamaño grande) y cuerdas en el interior para aumentar la resonancia. Sin embargo, cuando prescindía de esas cuerdas y conservaba los cascabeles y sonajas además del parche, se convertía en una pandereta, también llamada timbre (tymbre) en la Edad Media, citado por Guillaume de Machaut (1300-1377) en el Litemps pastour.

Desde el siglo XII se puede observar en un capitel del claustro de la Daurade (actualmente en el Museo de los Agustinos, en Tolouse) como un juglar acompaña con el pandero a dos músicos de fídula y salterio, de la misma forma aparece en una página del De nobilitatibus, sapientiis, et prudentiis regnum (1327) de Walter de Milermete, acompañando a cítola, chirimía, gaita, órgano portátil y viola, tocado por una juglaresa a la vez que tañe una flautilla de una sola mano. El pandero fue común en extremo para las juglaresas de la Edad Media, se utilizó para llevar el ritmo y acompañar el canto o como parte de un pequeño grupo instrumental (así lo señala el Roman de Fauvel, siglo XIV).

En el Renacimiento siguió como soporte rítmico para la danza. Covarrubias (1611) decía que el pandero es "instrumento muy antiguo" que "al principio debio ser redondo; después los hizieron quadrados y guarnécense con sendas pieles adelgaçadas en forma de pergaminos; dentro tienen muchas cuerdas, y en ellas cascavelillos y campanillas que hacen resonar el instrumento", "es muy usado de las moças los días festivos, porque las tañen una cantando y las demás bailan al son; es para ellas de tanto gusto, que dize el cantarcillo viejo: más quiero panderico, que no saya" (Rodrigo Caro (1573-1647)). (Días geniales o lúdricos, Diálogo IV, VI. Los instrumentos del corro). A lo que añade más adelante: "Llamar a los necios panderos, no sé qué tenga otra razón, sino porque el pandero es hueco, y no tiene dentro más que viento".



Miguel de Cervantes, en El Quijote (Parte segunda, XIX) dice al hablarnos de "los regocijadores de una boda" que se escuchaban "confusos y suaves sonidos de diversos instrumentos, como de flautas, tamborinos, salterios, albogues, panderos y sonajas", por lo que no es raro que el Diccionario de autoridades dijera de panderetear: "Tocar el pandero en bulla, regocijo y alegría, ò festejarse y bailar al son dél". Francisco de Quevedo (1580-1645) dice asimismo en el Poema heróico de las necedades y las locuras de Orlando el enamorado:
aquí el tambor en cueros atronaba;
allí las gaitas rígidas gruñían;
a bofetadas, por sonar, ladraba
el pandero; las calles parecían
hablar en varias lenguas: cada esquina
era pandorga de don Juan de Espina.

A lo que podemos añadir los siguientes versos de Timeo (-1693)
Iba Dominga mohina
porque no quiso su suegra
prestadle la saya negra
y la prestó a su vecina.
Al fin dejando a una parte
rencillas de entre semana,
con Brígida la hortalana
cantó al pandero de este arte:
Luna que reluces,
toda la noche alumbres.

En el siglo XVIII el pandero, ese instrumento que siempre había pertenecido al vulgo, se puso de moda entre la nobleza en España, lo mismo que pasaría con otros instrumentos populares como la musette y la viola de rueda entre la francesa. La esposa del rey Carlos IV de España: María Luisa de Parma, estimaba mucho la música y, como señala Antonio Martín Moreno (1985), "debió ser la reina una experta en el manejo del pandero" pues tenía entre sus libros uno titulado "Étrennes aux Dames ou Méthode de tambour de basque", debido a J.Frey.

Termino este artículo con el villancico Las aldeanas (Diego Torres Villarroel (1694-1770):
con alboroto festivo
buscan pandero y sonajas,
y entre unas y otras haciendas
anda una bulla extremada.

Y con una Anacreóntica del poeta José Cadalso (1741-1782):
de pámpanos de hiedra
la cabeza ceñida,
cercado de zagales,
rodeado de ninfas,
que al son de los panderos
dan voces de alegría.

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